Hola a tod@s. Hoy mi entrada no va acerca de la adopción, ni de las necesidades especiales, ni de mi colcha, va sobre Honduras y sobre lo feliz y orgullosa que me siento por ayudar a la gente que lo necesita (aunque suene creído)
Para aquellos que no me conocéis, os digo él PORQUE de mi extraña elección del país donde probablemente nazca mi hijo.
Resumiendo un poco, tengo una “familia” allá en Honduras. La historia comienza cuando apadrino a una estupenda chica con la que entablo a través del correo una relación bastante cercana (lejos de todas las demás cartas de mis apadrinados que son más sencillas). Afortunadamente he viajado a Centroamérica tres veces y en dos de ellas visité Honduras. La primera fue especial, por la gran bienvenida que me hicieron, por cómo me acogieron en su casa, por su trato conmigo, por su calidad humana, por todas y cada una de las cosas que me hicieron encariñarme con ellos. Tanto fue el cariño, que me empeñé en ayudarles, empezando por buscar padrinos para los niños que quedaban, uno de ellos lo apadrino mi madre, así era una especie de hermanamiento de familias. Pues bien, en esa primera visita se me cayó el alma a los pies por las condiciones en las que vivían, ufff, no lloré de puro milagro (aunque el nudo en el estomago lo tuve los dos días que conviví con ellos). Podéis imaginar que para estar dentro de la lista de apadrinados las condiciones son bastante precarias, sin luz, sin agua, y una vivienda endeble que no resistiría un huracán de esos tan comunes por esa zona. Lo de que tuvieran una vivienda digna se convirtió en mi obsesión. Ellos eran felices a su manera ya que tenían para comer y la unidad familiar estable. Un hombre honrado y sin vicios que quería a sus hijos, una mujer que es de lo que no hay (con la que mejor me llevo) y unos críos agradables y estudiosos. El segundo viaje ya fue mejor, ya iba preparada psicológicamente. Con la familia todavía más en “familia”
Son muchos años de relación más o menos frecuente con ellos y al final el año pasado por distintas circunstancias y gracias a la Hermana que dirige la ONG, entraron en un programa de rehabilitación de viviendas que llevaba a cabo la Fundación Juan Bonal (la ONG con la que la apadriné) y gracias a la ayuda de ellos, voluntarios que colaboraron en obra y un poco de ayuda económica por nuestra parte, conseguí lo que era su sueño y el mío, una vivienda digna. Sola no habría podido lograrlo, eso seguro. Hoy he recibido las fotos del antes y el después y os quería hacer participes de lo que es mi “orgullo”. Gracias a todos los que lo han hecho posible y ojala vivan muchos años felices en ella.
A ver si nos vemos en Honduras con el pequeño “Abraham”
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